martes, 16 de octubre de 2007

El ginecólogo

Esa era mi primera visita al ginecólogo. Tenía 18 años. Decidí ir sola, no quería tener que responder a preguntas embarazosas en presencia de mi madre, a pesar de que hasta entonces en bastantes ocasiones la había acompañado (aunque había permanecido en la sala de espera).

Me había preparado para la ocasión. Me había dado un baño aromático, me había echado crema hidratante con aroma frutal por todo el cuerpo, pasando las yemas de mis dedos por todo mi cuerpo, me dejé solamente una pequeña parte de mi pubis sin depilar, me puse un conjunto de ropa interior morado con transparencia en su parte superior, dejando entrever mis pezones con el movimiento fortuito del sujetador al estar en movimiento.

Había mucho tráfico (para variar) y llegué unos veinte minutos tarde. Después de dejar mi nombre en la entrada, me llevaron a la sala de espera, vacía. No tardaron demasiado en avisarme. La chica de la recepción aprovechó mi salida para apagar las luces y cerrar la puerta de la sala de espera, desprenderse de su bata, darle una hojeada al móvil y despedirse en voz alta para que el doctor también la oyera. Era extraño que se fuera pero supuse que quedaría alguien más aún a esas horas.

Al entrar en la consulta, una voz se dirigió a mí para indicarme que hiciera el favor de esperar un par de minutos. Aproveché para disculparme por la pequeña tardanza, porqué veía que estaban a punto de cerrar. Me tranquilizó diciéndome que en general cerraban más tarde pero que ese día era una excepción, y que era normal llegar tarde a todas partes con ese tráfico infernal. Me pidió amablemente que me sentara. Hacía calor así que me deshice de la chaqueta y quedé con la camiseta de tirantes y la minifalda tejana. Aún entraban algunos rayos de sol, difusos, pero juntados con el calor y el sofoco y nervios por la visita hacían que me sintiera al rojo vivo. Observé mi reflejo en uno de los armarios de vidrio y comprobé que mis mejillas estaban encendidas en comparación con mi piel tan blanca. Mi camiseta quizás era demasiado escotada para la ocasión, tenía que venirme la regla y mis pechos estaban más hinchados de lo normal. La camiseta, además, era roja, contribuyendo a la sensación de calentura.

Al fin entró, desde una puerta lateral. Me impresionó su juventud. Bueno, almenos no aparentaba más de 35. No habría imaginado a mi ginecólogo así. Me sonaba su cara, quizás me había cruzado con él en alguna de mis visitas como acompañante de mi madre, pero estaba segura de que él no era el ginecólogo de mi madre, que ella misma me había presentado un día por la calle. Me sentí algo intimidada por su presencia. Tan alto, moreno, por sus brazos medio descubiertos diría que deportista, pelo bastante corto, muy negro, ojos igualmente muy oscuros, rasgos duros en el rostro. Y me tendió la mano. Manos enormes.

Empezó con algunas preguntas generales, para romper un poco el hielo y acabar con la tensión que me mantenía clavada en el sillón. Pero el turno de las preguntas más íntimas llegó. Le conté que desde hacía poco había empezado a mantener relaciones con mi novio de toda la vida, y que tan sólo venía para una revisión "rutinaria". Me interrogó algo más sobre si me había dolido, si después de hacer el amor con él había notado malestar, dolores que duraran...Todo normal. No insistió ni pidió más detalle. Me consultó si me parecía bien hacer una ecografía y una exploración al ser la primera vez, sólo para comprobar que todo iba bien. Asentí, no demasiado convencida.

Debía quitarme la camiseta. Me la quité y me tumbé. Me abrió el botón de la faldita vaquera para bajármela un poco más, e hizo su trabajo. Cada vez estaba más nerviosa. Notaba el frío en mi vientre, y la mirada de él, cómo intentaba fingir que se centraba en la pantalla pero espiaba de reojo. Me percaté de que al estirarme mis pezones habían quedado al descubierto. Terminó. Todo aparentemente bien.

Desapareció de la sala (otra vez a la sala contigua) para dejarme un poco de intimidad para quitarme el resto. Cuando llegó yo ya estaba tumbada con una fina tela blanca que me cubría des de la parte baja del vientre y el inicio de las piernas. Se situó enfrente de mis piernas. Colocó cada mano en un muslo y me dobló y abrió las piernas. Yo no sabía si todo esto era normal, si las consultas eran habitualmente así. Nunca pregunté ni quise saber. Pero salí de dudas cuando desplazó sus manos hasta la parte interior de mis muslos, muy cerca de mi vagina y acercando su cara a ella, me lamió los labios exteriores y no tardó mucho en introducir su lengua dentro de mí. Yo hacía rato que estaba muy húmeda, y él seguro lo había notado.

Estaba inmóvil. Temblaba un poco pero conseguí incorporarme a medias. Él había parado y me miraba fijamente. Me reveló que se había fijado en mí cuando venía con mi madre, pero que desgraciadamente aún era muy joven, no tenía manera de acercarse a mí y él estaba casado. Ahora todo parecía coincidir: yo había crecido, él se había separado y yo empezaba las visitas a la consulta. Subió a la camilla, se bajó la cremallera de los pantalones, sacó su miembro, se puso un condón y de un sólo empujón aprovechó que yo seguía con mis piernas completamente abiertas y en perfecta posición para que me penetrara.

Ni siquiera se había sacado los pantalones, y yo no podía reaccionar. Aguanté sus embestidas, estaba demasiado excitada para decir nada. Intenté pronunciar su nombre. Mejor dicho su apellido, ya que no conocía su nombre de pila. Doctor...doctor...Me puso una de sus grandes manos en la boca, haciendo con la otra una señal para no hacer ruido. Él continuaba haciendo tanta fuerza, dando unas embestidas que provocaban un tambaleo constante de la camilla. Mis piernas perdían la fuerza y no podían continuar flexionadas. Sus manos abandonaron mis muslos para irse de un manotazo a mis pechos, las metió detrás de mi espalda. La arqueé para facilitarle el camino para desabrocharme el sujetador pero también de placer. Estaba dentro de mí, me tenía a su disposición y mi cuerpo le obedecía sin oponerse. Subiendo algo más sus piernas, se abalanzó hacia mí, acercando la cabeza hacía mi torso. Lamía, empezó a morder del cuello, deteniéndose en mis pechos, hasta el ombligo.

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que salió de mí como había entrado, repentinamente, con fuerza. Se puso de pie, sin quitarme la mirada de encima. Rompió el silencio diciéndome que debía volver al día siguiente para continuar la revisión, pero antes de irme debía compensarle el haber terminado más tarde. Me levanté de la camilla, me puse en pie. Su dedo índice comenzó su camino en mi frente y fue descendiendo zigzagueando hasta que lo introdujo en mí. Otra vez me penetraba, movía el dedo, lo sacudía con violencia. Arqueé un poco las piernas para que lo tuviera más fácil. Pero quitó el dedo. Su pene seguía fuera de sus pantalones. Seguía estando muy excitado. Me arrodillé delante de él. Me coloqué justo enfrente, y con mis labios empecé a tomarlo, y a introducirlo en mi boca. Succioné un poco. Con mi lengua le acariciaba alrededor. Lamí y succioné más, con cuidado. Sus manos me agarraron la cabeza. Se estaba corriendo. Su semen empezó a resbalar por ambos lados de mi boca. Intenté tragarlo, vi que le gustaba verme tragarlo. Tomé un poco y lo esparcí en mi pecho, marcando una línea que cruzaba mis senos en dirección descendente. Volví a pasar esta vez las dos manos por ambos senos.

Me tomó por los antebrazos acercándome a él y me penetró con su lengua, esta vez en la boca... Hasta mañana.

No quería esperar hasta el día siguiente. Quería más.

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