martes, 16 de octubre de 2007

Para Gustavo con todo mi cariño

Fui a recogerle al aeropuerto. No le había visto ni siquiera por foto, pero sabía que me gustaría. Gustavo venía de Argentina a estudiar a España. Tenía la esperanza de que entre otras cosas me estudiara a mí… y estaba deseando saber si me aprobaría. Me llamó al móvil en cuanto llegó y le dije que le esperaba en la cafetería, le dije como iba vestida, él debía reconocerme a mí. El café temblaba en mis manos mientras le buscaba entre cien caras anónimas; estaba muy nerviosa. Conocía a Gustavo de Internet, me había agregado a su Messenger tras leer mi primer relato. Habíamos hablado mucho, era muy educado y sólo una vez la conversación se había vuelto más que cálida. Tras aquello la relación fue sólo de amistad y eso me contrariaba. Deseaba a Gustavo, verle conectarse y mojarme era todo en uno, pero él no parecía tener las mismas sensaciones. Cuando me dijo que venía a España pasé de la euforia a la desolación. ¿Habría alguna posibilidad de que sucediera algo entre los dos? Todo indicaba que no. Al menos llegaría a conocerle en persona, ya era mucho más de lo que me había atrevido a llevar a cabo con mis demás contactos. Mientras buscaba el enésimo cigarrillo del día una voz preciosa con un acento maravilloso me sacó de mis pensamientos y me encontré mirando a Gustavo. El corazón me dio un vuelco y el color inundó mis mejillas.

- ¿Sois Mari?

- Sí… ¿Gustavo?

- Sí, hola. No, no te levantes - me besó en la mejilla.

- Hola, ¿qué tal el viaje?

- Largo… estoy muerto.

- Si quieres te llevo al hotel directamente.

- Sí, será lo mejor, gracias Mari.

Nos encaminamos al parking y ya parecía que nos conocíamos de toda la vida. No paramos de hablar todo el camino, pero yo tenía la mente en otras cosas. El corazón parecía que se me iba a salir del pecho, su presencia y su cercanía me excitaban. Gustavo me resultaba muy atractivo, era alto y moreno y su acento me estaba cautivando.

- ¿Tenéis prisa hoy?

- No, ninguna.

- ¿Te quedas a cenar conmigo? Puedo ordenar algo al servicio de habitaciones.

- Sí, claro.

Lo había dicho con demasiada naturalidad, no dejó entrever ninguna doble intención…

Cuando llegamos a la habitación me pidió que le esperara mientras tomaba una ducha y así lo hice. Salí a la terraza y vi como anochecía. Las puestas de sol siempre me han sobrecogido, me emocionan. A pesar de eso no me quitaba de la cabeza que Gustavo estaba a pocos metros de mí, desnudo y mojadito... y no le oí llegar.

- Qué hermoso…

- Sí, es realmente precioso.

Estuvimos en silencio, uno junto al otro hasta que el sol desapareció por completo. La llamada del servicio de habitaciones rompió el encantamiento. Gustavo fue a abrir y yo le seguí. Cenamos y le dije que me iba para que pudiera descansar, con la esperanza de que me pidiera que me quedara, pero sólo me dio las gracias y quedamos para cenar al día siguiente.

Cuando llegué a casa me metí en la cama pero no lograba dormirme. La excitación de haber tenido tan cerca a Gustavo perduraba. Me desnudé. Comencé a frotar lentamente mis piernas, una con la otra, y sentía mi piel suave y caliente. Mis manos jugaron con mis senos, uniéndolos, mis dedos contorneaban los costados de mis pechos y buscaban los pezones contraídos por la excitación. Con los ojos cerrados imaginaba que mis manos eran las de Gustavo y empezaron a actuar solas. Una subió por el cuello y llegó a mi boca, la otra tomó el camino contrario hasta llegar al vello de mi pubis con el que se enredó. Acaricié mis labios, lamí mis dedos y la otra mano comenzó a adentrarse entre otros labios buscando otra clase de humedad. Recordé el perfume de Gustavo en la terraza, en ese momento de intimidad que habíamos tenido. Imaginé que él se colocaba detrás de mí en silencio, que me ponía las manos en la cintura y me besaba el cuello. Abrí cuanto pude las piernas y mis dedos me penetraron lentamente y lentamente salían de mí para volver a entrar un poco más.

En mi imaginación Gustavo subía las manos por mis costados hasta la altura de mis pechos y los alzaba despacio mientras su lengua recorría el lóbulo de mi oreja. Comencé a gemir, casi notaba su aliento. Oírme me excitaba aún más. Deseé que Gustavo rozara mis pezones como lo hacía yo. Estábamos en la terraza de su hotel y comenzaba a desabotonarme la blusa, yo dejaba caer mi cabeza en su pecho y me abandonaba totalmente. Busqué mi clítoris y mientras soñaba que Gustavo acariciaba el canal entre mis pechos y me hacía notar su erección en mis nalgas, aumenté el ritmo y no pude aguantarlo más… vi puntos de luz tras mis párpados cerrados, todo el vello de mi cuerpo se erizó, mi respiración se agitó y mis gemidos fueron acallados al morder mi mano cerrada en puño. Las contracciones de mi vagina llenaron de calor mi cuerpo, notaba mis mejillas encendidas y las piernas me temblaban. Tras esta tormenta llegó la calma y el sueño… y también una sensación de soledad… Gustavo nunca sería mío y eso me entristecía. Al día siguiente recogí a Gustavo en su hotel y fuimos a cenar. Todo seguía igual y abandoné toda ilusión de que hubiera algo más entre los dos.

-¿Queréis que vayamos a bailar?

- Sí, pero no soy buena bailarina.

- Yo te guío linda.

Fuimos a una gran discoteca junto a la playa, le hice de guía turístico y al llegar a la pista de lentos me sacó a bailar. Bailamos muy separados un par de temas; sus manos en mi cintura y las mías en sus hombros. Empezó a sonar “Carelless whispers” de George Michael, que me encanta, y apoyé mi cabeza en su hombro. Sentí como Gustavo empezó a temblar y eso me sorprendió tanto que dudé entre volver a separarme o continuar así. Deseaba seguir y decidí que, si no me decía nada ni me retiraba él mismo, yo no lo haría. Gustavo me atrajo un poco más hacia él. Con una de sus manos enlazó una de las mías y las puso entre los dos, sobre mi pecho, la otra acariciaba mi espalda. Metió una de sus piernas entre las mías, haciendo que frotara mi sexo con ella y que notara su erección en mi cadera. Sentí como olía mi pelo y lo besaba.

Sin soltar mi mano, uno de sus dedos comenzó a acariciar mi seno suavemente. Yo ya no estaba en este mundo, flotaba en el paraíso. Las mariposas no dejaban de recorrerme por dentro mientras Gustavo apartaba mi pelo y besaba mi cuello. Busqué que su dedo encontrara mi pezón y el lo rozó sobre la ropa haciendo que casi me doliera de duro que estaba. No pude evitar un gemido y Gustavo me miró a los ojos. De pronto dejé de oír la música, dejé de ver gente alrededor. Solo veía los ojos de Gustavo que estaban fijos en mi boca. Me iba a besar y yo me moriría cuando lo hiciera. Entreabrí mis labios invitándole y él aceptó la invitación. Sus labios apenas rozaron los míos, pero fue como si una explosión recorriera mi cuerpo. No siguió besándome y me sentí confusa pero aún más deseosa. Bailamos un par de temas así. Él no dejaba de acariciarme pero no avanzaba y yo me estaba volviendo loca.

- ¿Vamos a un lugar más tranquilo?.

Creí que nunca me lo iba a pedir.

- Sí, vamos afuera.

Nos dirigimos a un banco del paseo marítimo. Cuando estaba a punto de sentarme Gustavo me detuvo, se sentó él, me puso sobre sus rodillas, de lado, y me rodeó con sus brazos. Yo le acaricié el pelo mientras su cabeza descansaba en mi pecho. Permanecimos un rato abrazados, Gustavo acariciaba mi espalda por debajo del top y llegaba casi al nacimiento de mi seno, con la otra mano acariciaba mi muslo. Él se apartó y nos miramos, esta vez le besé yo, pero no solo un simple roce de labios; busqué y encontré su lengua y la uní a la mía. Su mano tomó la mía y la puso sobre su pene, palpitaba y aún por encima de la ropa pude notar su calor. Lo acaricié marcando su silueta. Nuestros besos ganaban intensidad, el juego de nuestras lenguas y nuestros jadeos se hicieron más desesperados. Me sentía totalmente mojada y la verga de Gustavo amenazaba con romper el pantalón. Él se separó de mí, me tomó la barbilla con la mano y me miró a los ojos.

- ¿Queréis dar un paseo por la playa?.

- Más que nada en este mundo.

Bajamos a la playa abrazados, Gustavo lamía el lóbulo de mi oreja y me hizo estremecer cuando me susurró…

- No sabes como te deseo.

Llegamos junto a una de las barcas varadas en la playa y le tumbé en la arena. Me ofreció su mano y me tiró sobre él, rodamos riendo y acariciando. Quedamos de lado y me miró a los ojos muy serio.

- Te deseo, deseo hacerte mía.

- Ya soy tuya.

Le besé y le abracé más fuerte, haciendo que nuestros cuerpos se unieran casi como uno sólo. Su pierna se colocó entre las mías y me froté contra ella, notaba su erección y eso me excitaba aún más si cabe. Gustavo me acariciaba el rostro mientras nos besábamos. Sus manos bajaron a mis pechos cuando su boca recorrió mi cuello. Sus labios atraparon mis pezones que se marcaban por encima de la ropa y sus dedos se perdieron bajo mi falda, acariciando la cara interna de mis muslos y explorando sobre mis braguitas. Yo le atraía a mí, acariciaba su pelo, le guiaba de un pecho a otro, clavaba mis uñas en sus hombros, en su espalda, agarraba su codo para que su mano penetrara más entre mis piernas, apretaba su culito…Entonces me tomó y me puso sobre él. Empezó a quitarme los botones de la blusa y me acarició el canalillo con el dorso de la mano y pellizcó mis pezones sobre el sujetador, me atrajo hacia él y comenzó a chuparlos entre el encaje, sus manos apartaban mis bragas y amasaban mis nalgas. Seguí besándole y moviéndome en círculos sobre su sexo, deseando tenerle dentro. Me quité la blusa y el sujetador y sus manos me vistieron de caricias. Nos besábamos tiernamente y de pronto casi nos mordíamos para volver a recuperar la dulzura y el aliento. Me aparté un poco, le desabotoné la camisa y le abrí el pantalón. Tenía la verga muy mojadita y la besé. Gustavo gimió cerrando los ojos al sentir mi boca húmeda y caliente, yo no dejaba de mirarle, me excitaba su cara de placer.

Me apartó suavemente y me tumbó en la arena. Nuestros torsos desnudos se acariciaron mientras Gustavo apartaba mis braguitas y me penetraba firme pero lentamente y su boca volvía a la mía acallando mis gemidos. Mi cuerpo había esperado demasiado ese contacto y se tensó en un orgasmo casi de inmediato. Él paró pero las contracciones de mi sexo abrazando el suyo fueron demasiado, inició un vaivén más enérgico y profundo y su eyaculación se encadenó a un nuevo orgasmo mío. Seguimos besándonos dulcemente y de pronto sentí la humedad de la arena y el fresco de la brisa como si acabaran de aparecer. Nos vestimos en silencio y abrazados volvimos al coche. La noche no había acabado y en una habitación de hotel nos aguardaba una ducha caliente y una cama que sería testigo de una pasión descontrolada y una ternura infinita.

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