jueves, 18 de octubre de 2007

Lo que el gimnasio endurece

Yo sabía que en el gimnasio se desarrollaban muchos músculos, pero desde luego no esperaba que el “músculo” también fuese a ejercitarse. La vida sedentaria del estudiante había hecho efecto en mi cuerpo, había engordado un poco y me sentía algo incomodo en mi propio cuerpo, por lo que una vez me hice el ánimo, me apunté a un gimnasio, a ver si conseguía a gustarme a mí mismo. La verdad es que, para ser sincero, no me gusta demasiado ir al gimnasio. Lo encuentro aburrido, monótono, e incluso me siento observado por la gente que se pasa allí horas, que miran a los que son normales, como yo, por encima del hombro. Menos mal que en una ocasión pasó algo que me invitó a seguir yendo.

Suelo ir por las noches antes de la hora de cenar, ya que por aparte de estudiar, estoy haciendo unas prácticas, y es el único momento que puedo dedicarle a mi cuerpo. La rutina siempre es la misma. Llego, voy al vestuario, me cambio y dejo mis cosas en la taquilla. Después voy a por mi cartulina que me indica que tengo que hacer, y allí voy, a quemar calorías. Cuando termino las tareas del día, vuelvo al vestuario, me ducho, y a veces, voy unos 15 minutos al jacuzzi, y una vez recogido todo, me vuelvo a casa a descansar después de un día bastante intenso.

Pues bien, una de mis muchas noches allí, como era habitual no había prácticamente nadie, de hecho solo estaba el encargado, un hombre fuerte que nunca habla más de lo necesario, y una chica que no iba mucho, pero que era imposible que pasase desapercibida a los ojos de nadie. Se llamaba Andreina, pelo castaño, ojos marrones, y con una personalidad que junto con un cuerpo bastante atractivo, con pechos turgentes y un culito respingón, que hacía de ella una chica más que interesante. La verdad es que con ella no había cruzado más palabras que no fuesen “hola” “ciao” o alguna sonrisa de esas que se ponen para quedar bien.

Hice mis ejercicios, y una vez finalizados, me fui al vestuario, dispuesto a recompensar mi esfuerzo con una buena sesión de jacuzzi, ya que ese día le había dado muy fuerte y la verdad es que mi cuerpo estaba bastante cansado. El vestuario estaba vacío, solo estaba yo, como era habitual a esas horas, así que me desnudé, me duché para quitarme el sudor, y me encaminé a una pequeña habitación contigua donde esta el jacuzzi, donde, tras pulsar el botón de encendido, entré a disfrutar del agua caliente y de las burbujas. Me recosté y, relajado, cerré los ojos, viendo mentalmente lo que había hecho durante el día, y repasando lo que tenía que hacer el día siguiente. Ahí estaba yo sumido en mis pensamientos, del que me sacaron el sonido de unos pasos que se acercaban.

Abrí los ojos muy lentamente y ante mí había una silueta, que desde luego no era masculina. Estaba de espaldas a mí, cubriendo su cuerpo con una toalla blanca, y en un momento que se puso de perfil, vi que era Andreina. Ella al verme se sorprendió y dio un gritito de susto, pero al reconocerme se calmó, ya que aunque poco, nos conocíamos. Me pidió perdón y me explico lo que hacía allí. Por lo visto el jacuzzi del vestuario de las mujeres se había estropeado, y el encargado, pensando que yo ya me había ido, le dijo que pasara al de hombres, que no había ningún problema. Yo le dije que no pasaba nada, que si quería me iba y le dejaba tranquila, yo ya llevaba bastante rato. Pero su respuesta me dejó de piedra.

En lugar de decir algo, se quitó la toalla, dejando al descubierto un precioso cuerpo que, no voy a negar, me había imaginado alguna vez en alguna de las máquinas del gimnasio. Era de piel muy morena, con pequeños pezones marrones y su vello púbico estaba muy bien cuidado. Se metió en la bañera, y comenzó, mientras besaba mis hombros, a pasar su mano por mi pecho, en tensión por el ejercicio que había recibido, y empezó a deslizarse, primero por mis pezones y después fue lentamente hacia abajo, por mi vientre, y tras juguetear con mi vello, agarró mi miembro, que estaba en ese momento ya muy endurecido, y empezó a masajearlo, de arriba abajo, presionando a cada bajada. Yo estaba excitadísimo, y al ver su boca cerca de la mía, no pude controlarme y comencé a besarla con fuerza, acariciando yo sus pezones que bajo mi mano se iban endureciendo poco a poco. El ritmo de nuestras lenguas y de nuestras manos se aceleraban conforme la excitación iba en aumento, y nuestras manos masajeaban nuestros sexos cada vez con mas intensidad, y por tanto, con mas placer. La rodee con mis brazos, y sacándola un poco del jacuzzi, lo justo para que su rajita estuviese a la altura de mi cara, comencé a lamérsela con dulzura. Primero mi lengua se deslizaba de abajo a arriba, parándome en el clítoris de vez en cuando para juguetear con él, haciendo que girase en círculos, cosa que le hacía gozar, ya que cada vez que la lengua entraba en contacto con él, emitía pequeños gemidos de placer, que aumentaban conforme mis dedos entraban dentro de su cuerpo.

Estuve varios minutos devorando su coñito, hasta que me dijo que era suficiente. Volvió a meterse en el agua, y sumergiéndose en ella, comenzó a lamerme todo el pene, dándome una sensación como nunca antes la había tenido. Estuvo aproximadamente un minuto bajo el agua, mordisqueando la punta de mi miembro, metiéndoselo en la boca y masajeando mis testículos con su mano. Cuando salió, me preguntó si me gustaba, yo por supuesto le dije que si, así que me hizo sentarme en uno de los escalones, dejando que la “cabecita” se asomase justo por encima del agua, estando el resto cubierto. Ahí se volvió a lanzar sobre mi verga, durísima, y siguió lamiéndolo, besándolo, mordiéndolo suavemente, y yo creía que iba a morir de placer. Cuando vi que me faltaba poco, yo aun quería más así que me volví a meter con ella dentro del agua, y estuvimos un buen rato besándonos, tocándonos, descubriendo otra vez nuestros cuerpos, hasta que llegó el momento. Andreina se apoyó contra uno de los laterales del jacuzzi, y allí, separé sus piernas dejando ver bajo el agua su apertura y allí, poco a poco, comencé a entrar dentro de ella.

Una vez estuve completamente dentro, los dos lanzamos un gemido de placer, y me miró a los ojos de forma picarona, pidiéndome más y eso hice. Comencé a acelerar poco a poco, salpicando a cada movimiento. Empecé lento, pero cada vez iba más rápido, y más, el agua iba por todas partes, por lo que, para mas comodidad, abrazó mi cuerpo con sus piernas, limitándome a movimientos cortos, pero rápidos dentro de ella. Yo aunque quisiera, no podía parar. Mi miembro entraba continuamente dentro de ella, y los dos estábamos extasiados. Cuando nos quedaba poco, la abracé y con ella aun atrapándome con sus piernas, nos pusimos en el borde del jacuzzi, para poder ir aun más rápido. Ahí, ella tumbada en el suelo, y ya sin disimular su placer, noté como acababa por el calor que rápidamente empezó a envolver mi verga. Yo estaba también a punto, pero me dijo que quería hacerme acabar ella misma. Con un rápido movimiento, puso mi cosa entre sus pechos, y empezó a masajearlos, lamiendo la punta cada vez que se asomaba…no pude aguantar mucho mas, por lo que finalmente, acabé en su cuello, totalmente agotado.

Mientras nos duchábamos juntos, me confesó una cosa. Me dijo que no había ningún problema en el jacuzzi de las mujeres, pero que sabía que estaba solo, y que le producía cierto morbo desde hacía bastante tiempo, no como todas esas masas de músculos que presumían en el gimnasio de conquistas. Le agradecí su sinceridad, y, aprovechando que estaba solo en casa esa noche, vino conmigo, donde continuamos desatando toda nuestra pasión.

No hay comentarios: