martes, 16 de octubre de 2007

Un viaje con Graciela

Habíamos viajado más de 1000 kilómetros para llegar a aquella pequeña ciudad enclavada en el desierto patagónico. Un paisaje árido pero sumamente atractivo nos había acompañado casi todo el camino. Fueron 10 horas interminables que se hicieron más llevaderas gracias al ingenio de Graciela y al deseo que nos envolvía permanentemente desde que nos conocimos a mediados de 2005.

Salimos al mediodía de Mendoza y el calor de la siesta pronto se hizo sentir. Nada mejor que unos mates y sándwiches para pasar el hambre y la sed. Al principio hablamos de diversas cosas sin importancia pero pronto la conversación nos llevó inexorablemente a un tema: el sexo. A ambos nos encantaba hablar de sexo, fantasear y calentarnos recordando e imaginando cosas. Juntos recordamos aquella primera penetración anal que tuvo Graciela. Ella jura que fue su primera vez por atrás… y yo le creo.

Fue nuestro segundo orgasmo de aquella tarde de febrero. A pesar de mi cansancio por el primero, ocurrido cerca de una hora antes, los dedos y labios de Graciela provocaron una nueva erección. Sus labios sobre mi boca y sus dedos sobre mi pene. Su boca solía ser endiabladamente sensual cuando se lo proponía. Mojaba mis labios con los suyos y metía su lengua en mi boca buscando en lo más profundo y chupando mi lengua. Su lengua también salía de mi boca por momentos y mojaba mis labios y parte de mi rostro. Eso me calentaba mucho. Mientras tanto, su mano se deslizaba sobre mi pelvis y sus dedos comenzaban a acariciar mi adormecido miembro. Lo hacía con tal calidez y suavidad que pronto lograba su propósito. Si algo faltaba para lograr una erección memorable, lo consiguió poniendo su dedo más sensual, el del medio, sobre mi ano. Empujando suavemente con ese dedo y moviéndolo en círculos en la puerta de mi culo mientras me besaba, con la otra mano controlaba la dureza de mi erección que iba creciendo. Mientras yo había tomado un pomo de lubricante muy liviano y fresco que habíamos descubierto como efectivo promotor de extraordinarias calenturas. Lo apliqué suavemente sobre su clítoris y comencé a acariciar aquella hermosa concha que además ya estaba muy mojada con sus propios jugos vaginales. Graciela llevó lentamente su boca a mi miembro y este completó una erección envidiable para mis más de 50 años. Lo besó y chupó de todas las formas imaginables arrancándome profundos gemidos de placer.

Cuando retiró su boca de mi dura pija, coloqué un poco de lubricante sobre el glande para que ella lo esparciera suave y lentamente hacia abajo. Lo hacía con tanta dulzura, disfrutando tanto de lo que hacía, que su rostro denunciaba un sentimiento de placer infinito. Aquello se transformaba lentamente en una paja memorable y extremadamente placentera. Cuando mi pene consiguió la dureza que ella esperaba, se montó sobre él y lo introdujo lentamente en su lubricada y mojada vagina. Daba a su cuerpo un movimiento ondulante que parecía absorber mi pija proporcionándome un placer indescriptible. Con mis dedos todavía impregnados en lubricante, comencé a recorrer en círculos su ano. Graciela me había dicho que nunca nadie había conseguido entrar allí y que por lo tanto se mantenía virgen de aquel orificio. Tenía temor ya que algunos intentos habían fallado por causarle un tremendo dolor. Yo mismo lo había intentado a poco de conocernos pero sin éxito.

Aquel día le había prometido que alguna vez lo haríamos y conseguiríamos la penetración sin dolor o con muy poco. Puse más lubricante sobre mis dedos y continué el movimiento en círculos pero penetrando uno de mis dedos ligeramente. Noté que no sentía dolor y que aquello le hacía sentir más placer en su vagina donde mi pija entraba y salía al ritmo de sus ondulaciones. Poco a poco fui introduciendo mi dedo mayor en su ano hasta llegar casi a los nudillos de mi mano. Ella lo gozaba cada vez más. Despacio saqué mi pene de su concha hirviente y lo apoyé en su ano dilatado y mojado no sólo por el lubricante sino también y en gran medida por los jugos de ambos que a aquellas alturas brotaban como calientes manantiales. Empujé despacio tanteando el terreno y mirando su rostro para ver si expresaba dolor o placer. Su expresión era justamente una mezcla de ambos. Entonces dejé que ella manejara la situación. Y vaya si la manejó. Empujó lenta pero firmemente hacia abajo hasta conseguir que toda mi pija la penetrara por aquel inexplorado agujero.

- Es la primera vez que una pija entra en mi culo, amor, quiero que sepas que es solamente tuyo. Quiero disfrutarlo al máximo y que vos también lo disfrutes. Estoy muy caliente, amor.

- Si mi vida, hoy sois mi puta más caliente, la que más placer me ha dado ¿Te gusta ser la mejor y más caliente de mis putas?.

- Si, amor. Quiero ser siempre tu puta más puta, tu única puta, la única que te da su culo para que lo disfrutes con esa hermosa pija que tenéis.

Lentamente retomó el ritmo de su movimiento ondulante. Puse mi mano sobre su pelvis húmeda y con mi pulgar busqué su abultado y erecto clítoris. No tardé en encontrarlo y sentir cómo vibraba de placer como si fuera un afinadísimo instrumento musical. Lo masajeé con suavidad, primero de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo muy lentamente. Luego comencé a dibujar círculos sobre aquel pequeño pero hermoso órgano que dominaba todos nuestros movimientos. Era sin dudas el centro del placer y de la escena. Mi pija seguía el movimiento del ano y pelvis de Graciela mientras ella estallaba en placer. Por mi pulgar en su clítoris y por la nueva experiencia de sentir una verga dentro de su recto virginal. Ambos sentimos la proximidad del orgasmo, único, interminable, exquisito. Su rostro me regalaba una expresión incomparable de goce y sus gemidos de placer comenzaron a llenar todos los espacios de la habitación. No tardé en acompañarla con mis propios gemidos, profundos, guturales, intensos.

- Lléname el culo con tu leche, mi amor, no puedo más de placer.

Y sentí justo en aquel momento cómo mi semen recorría el interior de mi pija y se volcaba con esfuerzo en aquél hermoso y apretado orificio. Se tiró hacia atrás sin dejar de moverse y eso hizo que mi miembro penetrara aún más adentro haciéndome enloquecer de placer. Había sido para ambos una experiencia maravillosa.

El recuerdo de aquellas escenas nos había puesto cachondos a ambos. Mi pija se dibujaba debajo del pantalón y yo podía adivinar que la vulva de Graciela estaba empapada. Sonrió adivinando mis intenciones y sin detenernos ni a pensarlo, aflojó el cinturón de mi pantalón y sacó mi miembro húmedo. Lo puso en su boca saboreando las gotas de lubricante que asomaban metiéndolo luego hasta su garganta. Con su mano derecha, mientras tanto, comenzó a tocarse entre las piernas. El placer nos envolvía por completo a ambos. La adrenalina nos recorría y el auto no se detenía. Solamente disminuimos la velocidad un poco cuando el movimiento de su cuerpo me indicó que ella tendría pronto un hermoso orgasmo. Esa advertencia aceleró de inmediato mi pulso y dispuso que mi semen se aprestara a salir. Llenó su endiablada boca en el mismo momento en que yo veía de reojo los espasmos de su orgasmo en toda la geografía de su hermoso cuerpo. Como un premio a aquel “esfuerzo”, nos detuvimos a la sombra del primer sauce que encontramos a la orilla de la carretera.

Cuando bajamos en el hotel, cansados por el viaje, dedicamos un par de horas a descansar y prodigarnos masajes y caricias en todo el cuerpo. Entonces Graciela trajo a la conversación un tema que yo presentía traería. Es que en aquel pueblo donde estábamos ahora, vivía una mujer que yo había conocido tres años atrás y con la que había pasado una caliente noche de amor. Se trataba de Sandra, una chica de poco más de 30 años que había dejado esa tarde a su hijo y esposo para encontrarse con un desconocido que era yo. Yo le había contado los detalles de aquel encuentro a Graciela. Le había dicho cómo había sido cada uno de nuestros orgasmos, cómo lo habíamos hecho, cómo ella había chupado mi pija y cómo yo le había arrancado un orgasmo con mi lengua. Fantaseamos con la posibilidad de llamarla para que Graciela la conociera y porqué no tal vez también compartir la cama con nosotros. La idea de un trío no la entusiasmaba a Graciela, pero con Sandra podría ser diferente, tal vez porque yo ya había cogido con ella.

Mientras hablábamos y nos acariciábamos, pude ver que ambos nos poníamos cachondos. Entonces la tomé de una mano y la invité a darnos una ducha. Dejamos correr el agua hasta sentir que salía apenas tibia y luego nos metimos ambos debajo de la lluvia. El impacto del agua nos produjo a ambos una mezcla de placer y de escalofríos. Los pezones de Graciela se pusieron duros como piedras y me invitaban a saborearlos. Puse mi lengua y mi boca sobre unos de ellos y me estremecí de placer al sentir el sabor de su piel mezclado con la sal del agua patagónica. Recorrí su cuerpo con mis manos enjabonadas y me detuve en la puerta de su concha. Estaba increíblemente mojada por sus jugos calientes que contrastaban con el agua apenas tibia. Metí dos de mis dedos en su vagina. El contraste de temperaturas se hizo más evidente tanto para mí como para ella. Ambos estábamos disfrutando otra vez de un hermoso polvo. Graciela tomó mi pija entre sus manos y comenzó a masturbarme lentamente. Aquella paja me parecía la gloria misma. El juego de contrastes térmicos del agua, las manos y nuestros órganos sexuales, estaba proporcionando un ingrediente extra a aquel exquisito polvo. Nos detuvimos sólo unos segundos para sentarnos y poder disfrutar mejor de aquella calentura que nos envolvía. Nos colocamos bajo la ducha uno frente al otro, ella con sus piernas sobre las mías. Acercamos nuestras pelvis y el glande de mi pija no tardó en encontrarse con aquel duro y caliente clítoris. Se rozaron una y otra vez mientras nuestras bocas se buscaban y nuestras lenguas jugaban perversamente sobre nuestros mojados rostros. El placer crecía hasta la desesperación.

- Méteme esa pija caliente en la concha, bicho mío, hasta el fondo. Quiero sentirte dentro mío hasta que me llenes la concha con tu leche.

Metí sólo la cabeza en su vulva y elle hizo el resto. De un solo y desesperado empujón logró que mi pene entrara hasta el fondo comiéndolo con su concha como a ella le gustaba. No pasó más de un minuto de movimientos pélvicos y ella exclamó:

- Voy a acabar, mi amor. Ahora mismo, tírame tu leche caliente, ahora mi amor.

- Si mi bicho, voy a darte toda mi leche para que la sientas bien adentro de esa hermosa concha que tenéis.

Y diciendo esto sentí cómo mi semen se vertía dentro de aquel cálido nido. Nos quedamos abrazados unos instantes bajo la ducha y después, con nuestros cuerpos todavía mojados, nos dormimos profundamente uno junto al otro. Nuestro viaje de placer, recién comenzaba. Y Sandra podría aparecer en cualquier momento.

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